Mi Adorada Mamá Ruth
Hay sentimientos que definitivamente no son fáciles de compartir, hay historias personales que uno se guarda en lo más profundo, quizá, porque dicen todo de uno. Me he guardado tantos años, muy profundamente en mi corazón y en mi mente, el recuerdo de mi Maravillosa Abuela Materna, la Mtra. Ruth Hernández Duarte, de quien heredé no sólo el nombre, sino el gusto exquisito de muchas cosas que ella hacía y disfrutaba a plenitud.
Me siento un poco nostálgica, es por lo general, cuando la extraño más. Con ella viví gran parte de mi infancia y unos cuantos años de mi entrada adolescencia. Fueron los años más felices de mi vida que recuerdo. Dejó tanto en mi persona, creo que en gran medida, soy lo que soy, gracias a ella. Así que ya saben a quién reclamar.
Ella vivió algunos años sola, bueno, no precisamente sola, ya que vivía con ella mi tío el menor, pero como todo buen joven estudiante y quien en ese entonces estaba en el pleno disfrute de su soltería, pues ella estaba sola la mayor parte del tiempo. No le gustaba dormir sola, eso es sólo una de las pequeñas cosas que heredé. Pero recuerdo, como si fuera ayer, que dormir con ella era una grata experiencia. Siempre había algo que contar, era yo una niña, y tengo tan presente, que me platicaba cosas que a veces yo no entendía, pero que ella con ejemplos, me escenificaba completamente su relato.
Me maravillaba cada noche, ya que eran noches mágicas, llenas de historias, en ocasiones, en su gran mayoría, me contaba fábulas, todas con una moraleja al final, recuerdo que alguna vez le pregunté si realmente se las sabía ó si las inventaba en el momento, porque no recuerdo que haya repetido alguna, otras noches, me contaba historias bíblicas, y a veces me hacía memorizar Salmos y Proverbios, recuerdo que no nos dormíamos sin antes agradecerle a Dios, y siempre me pedía que orara por las dos y en voz alta, le gustaba escucharme cuando hablaba con Dios, no sé porqué... incluso, recuerdo que algunas noches cantamos juntas algún corito cristiano que yo desconocía y otras tantas me contaba de su pueblo y sus andanzas de jovencita, pero lo que más recuerdo, es un cuento que me contaba, el cual le pedí que me lo relatara muchas veces, porque lo hacía de un modo, que llorábamos las dos de la risa, me encantaba su risa, la tengo muy presente...
Era una Señora, una dama en toda la extensión de la palabra, quien le tocara la mala fortuna de que mi abuelo la abandonara, pero esa es otra historia que me voy a reservar por respeto a su memoria. Tuvo seis hijos, tres mujeres, una de ellas mi madre y tres varones, le tocó conocer a sus 16 nietos. Ella fue maestra de educación primaria, ya estaba jubilada cuando yo nací, la recuerdo tierna, inteligente, discreta, sumamente prudente, alegre, respetuosa, amable, trabajadora, regañona (cuando lo merecí), y la recuerdo juguetona.
Como toda buena maestra, me dejó claro la importancia que tiene, para una persona tener una buena ortografía, -"Dice mucho de la persona"- me decía, y recuerdo que en las tardes, se sentaba en su mecedora y se ponía a tejer, me sentaba yo a sus pies en el suelo, tenía yo en ese entonces como siete u ocho años, y como una especie de juego, me dictaba palabras, las más difíciles que se le pudieran ocurrir, era una lista de 20 palabras, al final me las revisaba y me hacía hacer planas completas cuando era necesario corregir algún error ortográfico, suena raro, lo sé, pero me gustaban esos momentos, me encantaba el hecho de que dedicara su tiempo a enseñarme cosas. La lectura era otra de sus pasiones, tenía un librero en su sala de estar, el cual estaba lleno de cosas maravillosas y de libros, por supuesto. Me recuerdo tantas tardes escudriñando su librero, con regalos que mi tío Rubén le traía de sus innumerables viajes por el mundo, pero también le traía libros, fue entonces, donde empezó mi gusto por la lectura. Ah! pero también me regaló una biblia, la primera, era, sin duda alguna, su libro favorito, el cual leía sin falta un capítulo todas las noches.
Recuerdo como no se cansaba de decirme que todo lo que yo quisiera en ésta vida lo podía lograr, que era cuestión de que lo deseara de corazón, le echara muchas ganas, pero sobre todo, que lo hiciera en el nombre de Dios, que cuando alguna vez, titubeara en mi camino ó tuviera miedo por alguna razón, que me bastaba con decir las palabras mágicas y todo estaría resuelto "Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece".
Mi abuela era cristiana, toda su familia lo era y lo seguimos siendo. Tenía la costumbre de asistir a la Iglesia Bautista, los miércoles en la noche al Servicio de Oración, en donde siempre la acompañaba, por lo menos dos horas, recuerdo que alguna vez, siendo yo muy pequeñita, me quedé dormida, en medio de la oración, error, era lo peor que se me hubiera podido ocurrir, fueron las veces que recibí de ella un gran pellizco, el cual me sacaba hasta las lágrimas, era para ella un lugar en donde tenía que guardar absoluto respeto y me lo hacía saber a cada rato, pero con dos pellizcos fueron suficientes para que entendiera. Íbamos también los domingos en la mañana y en la tarde, aunque después empecé a asistir, pasados unos cuantos años, los miércoles, sábados en la mañana y en la tarde y los domingos a ambos servicios... sí, me imagino lo que les pueda pasar por la mente, pero realmente, fueron esos años muy especiales para mi, las bases ahí están, muy bien aprendidas.
Vivía en una casa enorme, la recuerdo enorme, no sé si la veía yo así porque era pequeñita, pero a la hora de hacer el aseo, vaya que la encontraba de grandes proporciones, entre las dos hacíamos la limpieza. Me recuerdo en esos días, y me impresiono, de que era tan grato para mi todas esas experiencias. Tenía un gran jardín en su patio trasero, recuerdo que a la entrada de su casa, se podía ver un largo pasillo que conducía hasta el patio, desde donde, al fondo se apreciaba su hermoso y verde jardín. Tenía su casa llena de plantas, las cuales cuidaba con esmero, en su patio tenía, recuerdo, un enorme gallinero, en donde tenía gallinas ponedoras, gallos, gallinas japonesas, codornices, patos y hasta un pavorreal, el cual, lo tuvo poco tiempo; pero también tenía una jaula en donde tenía conejos, creo que ella misma no sabía cuántos había exactamente, porque hacían cuevas y de repente salían sin parar, recuerdo que era lo que más me gustaban. Le encantaban las aves, tenía además muchos, muchos pájaros. Tenía una enorme jaula en donde había, si mal no recuerdo, casi 100 canarios de diferentes colores, blancos, amarillos de diferentes tonalidades y hasta canarios mariposa, esos los recuerdo porque eran de diferentes colores, ya no me ha tocado ver otros; tenía también dos loros, de esos que hablan y que le llamaban por su nombre "Rrrrrrut"; y como olvidar aquel chonte, los periquitos del amor y su preferido, el cadernal, un pájaro rojo con los pelos parados. La recuerdo todas las mañanas, cantando uno de sus coritos preferidos, siempre cantando y limpiando las jaulas, ella unas, yo otras, me gustaba escucharla, mientras les preparaba el alimento especial a sus queridas aves... como no recordarla cuando veo alguno de esos animalitos...
Aquí estoy en el patio, con uno de los conejos y "catita" su perrita pequinés, tenía yo como cinco años.
Vaya, como olvidar esas largas trenzas que me hacía mientras comía el desayuno tan delicioso que me preparaba, ah! pero como olvidar los jalones que me daba, cuando estaba yo deteniendo con una mano mi cabeza, medio dormida masticando lentamente mi comida... y me decía, -Ándale tortuga, que se te va a hacer tarde para ir a la escuela...- desde siempre he sido lenta y malísima para comer, aunque lo poco que como, lo disfruto.
He aqui mi abuela con uno de sus conejos. Recuerdo que siempre tenía algo que hacer, tenía un delicioso sazón para la comida, aunque mi madre, heredara el sabor de sus tamales, pero esas empanadas de higo que ella horneaba y sus deliciosas tortillas de harina, jamás las volveré a disfrutar, no con su sabor, era una magnífica cocinera, aunque recuerdo que si tenía una regla que se autoimpuso y seguía al pie de la letra, ella no cocinaba los domingos, era su día de descanso y era cuando nos reuníamos toda la familia, sin faltar uno sólo. Ah! que días aquellos... que hermosos recuerdos...
Ella hacía magia con sus manos, tejía, bordaba, hacía un sin fin de trabajos manuales, artesanales, diría yo, recuerdo que me enseñó a tejer, con gancho y aguja, tejía desde cobertores, manteles, capas, sombreros, bufandas, zapatos (si, unas chanclas divinas), tenía el talento de ver por dos segundos un tejido que le gustaba, incluso en la televisión y lo sacaba igualito. Recuerdo que tejió para mi un suéter rosa muy bonito, una capa y varios gorritos.
Hacía con sus manos, unos árboles bonsai de chaquira y lentejuelas, en donde le ayudaba a ensartar los diminutos canutillos y en donde pude ver, paso a paso, como terminaban siendo un esplendoroso árbol aquellas tiras de canutillos y lentejuela, tengo uno sólo, y lo conservo como un gran tesoro. Algún día me animaré a hacer los míos.
Tocaba el piano, cantaba divino, recuerdo que muchas tardes nos sentábamos las dos y ella tocaba su pequeño órgano que le regalara mi tío Rigoberto y que tenía en la sala de su casa, y las dos cantábamos al unísono... no era una gran pianista, pero para mí, era la mejor de todas.
Tenía yo recién cumplidos mis doce años, ya estaba en secundaria y mi mamá me llevó a casa, me puso en otra escuela, pero los viernes en mediodía, yo tenía ya lista mi maleta y salía corriendo a casa de mi abuela y pasaba con ella los fines de semana.
Era mi mejor amiga, mi madre, mi abuela, mi maestra, mi ejemplo, mi orgullo, mi confidente... era increíble lo bien que me entendía, en aquellos días, me gustaba un chico de la iglesia, y me dió por maquillarme, ponerme mis zapatillas de tacón alto y me peinaba de diferentes maneras, recuerdo que ella me prestaba su perfume y su maquillaje, algo que a mi mamá no ponía muy contenta, ese fue uno de los pocos motivos que las escuché discutir por mi causa, y tengo tan presente que mi abuela le dijo -Déjala, quiero ver como se va a ver de "muchacha", (de jovencita, quería decir), porque no alcanzaré a verla... - y no se equivocó... murió once días después de que yo cumpliera mis trece años...
Se acabó mi mundo... ha sido el dolor más grande que me ha tocado vivir en toda mi vida... tardé muchos años en entenderlo y otros tantos en aceptarlo. Los primero años me fue difícil hablar de ella, bueno, no lo hice, me dolía en el alma, y cuando escuchaba a alguien de mi familia que la mencionaban, me ponía muy mal. Pasaron más de 10 años para que finalmente yo pudiera hablar de ella sin romper en llanto. La he extrañado cada día de mi vida, y más en una fecha especial, en los momentos malos y sobre todo en los buenos... he buscado sin cesar su consejo, su abrazo, su beso, su bendición que nunca me faltó... Ahora pueden entender, que no es fácil para mi compartir esto, pero necesitaba hacerlo, de algún modo, cuando la recuerdo, siento que la tengo a un lado mío... bendiciéndome desde esa estrella, la más brillante de todas, y desde ahí me sonríe...